El Toc Toc que Cambió Mi Vida
Era el invierno de 1999, mi primer año de universidad. Todo era nuevo. Estaba disfrutando de mi independencia. Había hecho algunos amigos y disfrutaba de mis clases. La vida estaba bien. Había crecido en un hogar resguardado y religioso en el condado de Fairfield, Connecticut. Mi niñez había sido divertida pero estaba entusiasmada por empezar mi vida adulta.
Todo avanzaba sin problemas hasta que una experiencia me abrió los ojos a un mundo completamente distinto. Empecé a hablar por chat con un hombre que conocí en Internet. Él era asistente de vuelo y vivía en Chicago, y yo lo encontraba muy misterioso. Era mayor que yo, tenía treinta, era una persona con experiencia, culto y encantador. Yo no era nada de eso. Sin embargo, detrás de la pantalla decidí representarme como una estudiante universitaria divertida, de mente abierta y con experiencia. Pretendí ser una persona completamente distinta a la que de verdad era. Estas conversaciones por chat pronto se convirtieron en conversaciones telefónicas y eventualmente nos conocimos personalmente. La decisión que tomé de encontrarme con este hombre es una que no puedo cambiar. Nunca pensé que algo malo pasaría al encontrarme con él. Él parecía tan bueno en nuestras conversaciones por chat y por teléfono. Creí que conocerlo me abriría la puerta a experiencias divertidas y a una nueva amistad. Ingenuamente creí que sólo podrían pasar cosas buenas. Nunca creí que este hombre que había conocido en Internet pondría mi mundo patas arriba.
Era un sábado a la tarde, cerca de la Navidad, con temperaturas bajo cero en la Costa Este. El asistente de vuelo me dijo que volaría a Nueva York durante la noche y que pasaría la noche en un hotel. “Deberíamos conocernos” me dijo. “Bueno”, dije yo, con la voz nerviosa. Empecé a preguntarme qué querría un hombre de treinta años con una chica de veinte. Qué excusa les diría a mis cariñosos y protectores padres sobre dónde estaría esa noche. De casualidad, esa noche se suponía que trabajaría de niñera toda la noche así que mis padres no me esperaban hasta la mañana siguiente. Les dije a mis padres que trabajaría toda la noche y que no me esperaran hasta la mañana. Esto me daría tiempo para visitar a mi amigo de Internet en su hotel sin avisarle a mis padres. Salí de mi empleo como niñera cerca de la medianoche. Subí a mi coche y conduje hasta un hotel para encontrarme con este extraño. Me generaba miedo y excitación al mismo tiempo. Durante todo el viaje no dejé de repetirme a mí misma “vete a casa, vete a casa, pueden pasar cosas malas”. ¿Pero le hice caso a mi instinto? No, no lo hice. En vez de eso estacioné el auto y me puse una minifalda, una camiseta con escote, unas pantis negras y tacos altos.
Estacioné el auto en frente del hotel y me dirigí hacia la habitación de un extraño. Me pregunté a mí misma qué estaba haciendo. “¿Por qué?” me dije. ¿Quería ser amada? ¿Quería sentirme atractiva? ¿Quería que alguien me deseara? ¿Volvería a mi auto siendo la misma, una distinta, o una víctima? Sin ninguna respuesta a mis preguntas me paré delante de la habitación del hotel. Mis nudillos golpearon a la puerta. Toc Toc Toc. El mismo toc toc retumbó en mi corazón. Mi plan era simple, iba a conocer a este extraño, mirar algo de televisión e irme a casa en la mañana. Muy simple, ¿verdad? Bueno, nada sucedió como lo había planeado. Esta noche cambiaría mi vida para siempre.
La puerta se abrió. Yo estaba temblando de miedo y de los nervios. Nunca antes había estado a solas con un hombre. Él fue muy bueno conmigo e intentó aliviar mis miedos. “¿Quieres un trago?” me preguntó. Me preguntó un montón de cosas. Yo me sentía cada vez más nerviosa. Me empezó a inundar un mal presentimiento. Quería irme. Tenía miedo pero a la vez no quería parecer una perdedora. Estaba tratando de pensar cómo huir de ahí cuando él me agarró.
Antes de que pudiera decir que NO, me empujó boca abajo contra la cama con mi rostro contra la almohada. Él estaba encima mío, arrancándome la ropa interior y las pantis. Me violó. Yo estaba aterrorizada. Recuerdo gritar “¡no!” contra la almohada. Él dijo con frialdad “cállate, los vecinos te escucharán”. Me callé. Luego de violarme me dejó levantarme de la cama. Me sentía sucia. Quería a mi mamá, quería una ducha, y mi propia cama. Fui hasta el baño del hotel y sentí sangre en mis piernas. Ya no soy virgen, pensé sin poder creerlo. Este extraño me ha quitado mi virginidad. Yo no se la di. Él me la robó. Apenas podía mirarme al espejo mientras me limpiaba las lágrimas. Me limpié lo mejor que pude y volví a la habitación.
El hombre que acaba de violarme me dijo “Bueno, es tiempo de que te vayas. Me gustaría desayunar contigo pero tengo que tomar un avión”. Y por último dijo “Oh, ¿eras virgen?”. Nunca podré olvidar estas palabras. Nunca.
Me puse los tacos y el abrigo. Cogí las llaves de mi auto y salí de la habitación. Caminé por ese largo pasillo hasta el hall del hotel. Iba con la cabeza gacha por la vergüenza y mis ojos estaban llenos de lágrimas. Conduje hasta el océano y salí del auto. Miré el amanecer. Esperaba que el amanecer fuera un símbolo de que alguna vez podría superar esta horrible experiencia. Quizás me volvería más fuerte y haría escuchar mi voz. Y así como el amanecer no sucede rápidamente, tampoco lo hizo mi camino. Trece años después, finalmente puedo hablar de lo que me pasó esa noche. Puedo escribirlo y ayudar a quienes también han pasado por experiencias traumáticas en su vida. Todavía me sorprende cómo una decisión que se toma en un instante puede cambiar tu vida para siempre. Justo cuando siento que he dejado atrás esa noche fatal, algo me trae de nuevo esas horribles imágenes de lo que me pasó en una habitación de hotel con un hombre que no conocía. Los ojos se me llenan de lágrimas y vuelvo a pensar en esa fría noche de diciembre. Todavía me avergüenzo. El dolor continúa moldeando mi vida aún hoy.
Si pudiera cambiar una decisión en mi vida, nunca hubiera golpeado a esa puerta de hotel. Aprendí que nuestro pasado no determina nuestro futuro. Nuestras decisiones no siempre hablan de la persona en la que nos convertiremos. Pero nuestras decisiones ayudan a moldear la persona que somos hoy en día. Hoy soy una mujer fuerte, valiente, cariñosa y empática gracias a una mala decisión que tomé en una noche fría de invierno muchos años atrás.
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